Me quedé con la última conversación con puntoedu y HeridaAbsurda...el talento...
Ahí está la madre del borrego. No el borrego, éste no; pero la madre ... Y de Narciso a Edipo, vamos dejando a los griegos pa' la risa. Mi madre -pobre santa, dios la tenga en la gloria (y no la largue nunca)-, no era mujer de pedir. El cáncer lo sobrellevó durante años sin que yo me enterara; y si caí en la cuenta, mal y tarde, no fue por alguna de sus quejas a solas, sino por la boca del Viejo, que era, sin dudas, más abierta y grande que la mía. Chela no pedía, no rogaba, no lloraba; pero a cambio, exigía. A todos, menos a mi padre y a mí, a quienes dedicó su vida. Papá murió del susto antes que el cáncer suyo se lo llevara; la Vieja, de cansancio. No había rienda que me asujetase, y harta del dolor por mis corcoveos, un día dijo basta, se durmió a la siesta, y así se murió a las siete de la tarde de un 13 de abril.
Yo quería saber qué de mí, no del que dirán ni del qué tan bien lo informa el manualcito de grado, sino de mí, qué cosa propia y originalmente mía, era un talento, una cosa útil con qué devolverle tanto cariño y cuidado. Y me los creía -a los talentos-, a raudales sobre mis hombros. Viendo para abajo, de tenerlos estarían en mi cráneo y no en ningún otro lado.
Pero me convertí en abogado para darle el gusto; porque mis talentos no eran para este mundo, según ella. Yo necesitaba de mecenas. O de tutor o curador. ¡Bah!, me tenía por flor de imbécil ...
_ Y comerciante, Vieja, ¿qué le parece?
_ ¿Usted?; de seguro que me pierde la casa a los tres días ...
Abogado, y para recibir jornal del Estado. O fiscal o magistrado. Pero nada de ganarme la vida conforme yo creyese que fuera menester. Que me impusiesen rutina, y de ser posible, uniforme.
_ ¡Machartista!, le encajé un día como escupida seca y sin que ella supiese qué corno le decía.
Sin embargo, amancebado por el vicio de parecerme tenerlo todo, me fui acomodando a su visión, sometiendo, dejando que me la impusiera hasta creerla verdad revelada. Digamos que tal fue una clara traición al sí mismo. No sé si la primera.
La segunda -o enésima, porque ya a esta altura ni me acuerdo-, fue cuando me declaré inútil. Contra el espejo -y figurate que ya es duro verme tan feo-, fui y me dije: _Vos no servís pa' nada, Negro; no hay caso. Inútil, y sin referencias ...
Y como había, como no faltaba, como no parecía que llegase jamás el invierno, uno se fue acollarando a considerarse un dandy con ángel y buena fortuna, tal vez un poco bohemión, pero gracioso. ¿Caerme? ¡Mil veces!, pero siempre sobre colchón doble pullman; no sé si me explico.
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